Aprendé a detectar mentiras en siete lecciones
Aprendé a detectar mentiras en 7 lecciones
"La
mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo.
Engañar a los demás es un defecto relativamente vano". (Friedrich
Nietzsche)
Uno
de los temas que más le atrae a las personas sobre el lenguaje corporal
es el mentir. ¿Cómo podemos saber cuando alguien está mintiendo?
¿Existe una fórmula sencilla, que nos permita descubrir a una persona
cuando no está siendo sincera con nosotros?
Las mentiras pueden ser detectadas, en la medida que practicamos e indagamos en la forma de ser de quienes nos rodean. Mientras más estudiemos el lenguaje corporal de los demás, nos haremos cada vez más sensibles a los cambios actitudinales que inevitablemente acompañan una falsedad. Al respecto, científicos como Paul Ekman y Allan Pease nos han permitido sintetizar algunos de los indicios claves para determinar si una persona está mintiendo o está diciendo la verdad.
Las mentiras pueden ser detectadas, en la medida que practicamos e indagamos en la forma de ser de quienes nos rodean. Mientras más estudiemos el lenguaje corporal de los demás, nos haremos cada vez más sensibles a los cambios actitudinales que inevitablemente acompañan una falsedad. Al respecto, científicos como Paul Ekman y Allan Pease nos han permitido sintetizar algunos de los indicios claves para determinar si una persona está mintiendo o está diciendo la verdad.
Lección 1: Repetir la pregunta
Empezamos las lecciones sobre cómo detectar mentiras con una que despierta sospechas en cualquier situación. Bastante fácil de identificar, la llamaremos “Repetir la pregunta”.
¿En qué consiste? como su nombre lo indica, tiene dos manifestaciones posibles:
1) Le hacemos una pregunta sencilla a una persona y ésta la repite total o parcialmente, como si no nos hubiese escuchado o entendido.
Por ejemplo, un diálogo clásico:
Andrea: “¿Se puede saber dónde estabas tú anoche?”
Beto: ¿Anoche? / ¿Que dónde estaba yo anoche? / ¿Quién, yo?
En cualquiera de los casos, los centros de procesamiento del cerebro están siendo puestos en funcionamiento de manera sorpresiva, y con el pleno conocimiento de que a una pregunta sencilla debe seguirle una respuesta sencilla, la mente necesita valiosas décimas de segundo para articular una respuesta no comprometedora. ¿Cómo ganar tiempo? repite la pregunta. Es algo que hacemos casi instintivamente.
2) Complementar la respuesta con la pregunta misma. Digamos que no repetimos literalmente la pregunta, sino que la “adjuntamos” a una respuesta que debería ser, a todas luces, sencilla.
Por ejemplo:
Andrea: “Amor, ¿Le pusiste comida al perro?”
Beto: “Uhm, Sí amor, yo le puse comida“
Luego de una respuesta así, esperemos que Beto se asegure de que Fido no se muera de hambre. El incluir la pregunta original como una coletilla de la respuesta (que en este caso podría ser simplemente “Uhm, Sí amor“) es señal que el centro del lenguaje quiere sonar convincente, cosa que no ocurre cuando nos preguntan nuestro nombre, por ejemplo.
Lección 2: La boca que pica
Allan Pease, en su libro “el lenguaje del cuerpo”, explica cómo los gestos adultos son en realidad evoluciones de los movimientos automáticos de los niños. Las expresiones de emotividad, los movimientos exagerados de las manos, los ojos desmesuradamente abiertos… todos rasgos infantiles inconfundibles llegan sin escalas a la adultez, cada vez más y más sutiles para llamar cada vez menos la atención.
¿Qué hace un niño instintivamente cuando escucha una mentira, una grosería o algún vocablo impropio? Su reacción natural será la de taparse con ambas manos la boca, queriendo decir con este gesto “¡No puedo creer lo que estés diciendo!”. Al ir creciendo, esta manifestación se hace casi imperceptible y puede derivar en un simple toque de las comisuras de los labios o incluso la punta de la nariz.
“Un momento”, dirán ustedes, “En ese caso el niño se tapa la boca porque escucha una mentira, más no porque la dice.” Recuerden por un instante que el cerebro humano es propenso a “representar” sensaciones que no están realmente presentes; Si, por ejemplo, vemos a una persona mordisquear un limón, no podremos evitar sentir su gusto ácido en nuestra propia boca, que hasta podría salivar. De la misma manera, intercambiamos el gesto de las manos que se llevan a la boca cuando otra persona miente, por nuestra propia mentira articulada.
¿Es realmente efectiva?
Está científicamente comprobado. De todos los “micropicores” definidos por Phillippe Turchet en el libro “El lenguaje de la seducción”, el de las comisuras de los labios y el de la punta de la nariz están íntimamente relacionados con el mentir.
¿Cómo podemos asegurarnos de que funcione?
Simplemente basta con imaginarse un triángulo sobre la boca y nariz de nuestro interlocutor, estar pendientes si en algún momento se acerca las manos a él.
Una de las ventajas en cuanto a la precisión de este “indicio” de la mentira es que los nervios que causan esa picazón en los labios rara vez son afectados por una alergia. La nariz puede dispensarse en algunos casos de resfriado común o reacción a un olor fuerte; pero los labios, al ser tocados, no pueden mentir. La persona está insegura de lo que está diciendo; ya sea que esté creando todo un argumento, o simplemente esté pensando en cómo demostrar su inocencia, las comisuras de los labios son implacables.
Lección 3: La sien perlada
¿Han notado cómo una persona que se siente amenazada, empieza a sudar copiosamente? Aún cuando escasos segundos antes tenía una frente ligeramente seca, ahora la vemos profusamente perlada producto de… el nerviosismo.
Esta reacción es provocada de manera natural por la amígdala cuando nuestro sistema límbico presiente que nos encontramos ante un peligro inminente. En vez de esperar a que entremos en actividad física que eleve nuestra temperatura y que provoque la correspondiente sudoración para calmarla, el cuerpo se anticipa provocando una sudoración que generalmente sentimos más fría de lo normal.
¿Es realmente efectiva?
La sudoración de la frente es un indicio claro de que la persona está nerviosa. ¿Nerviosa por qué?, se preguntarán. Puede que lo esté simplemente porque se siente acusada y está buscando exponer su explicación; o bien no tiene ninguna explicación y tiene que inventarla.
El problema es que en ese momento la persona que está siendo “acusada” entra en un círculo vicioso psicológico en el que le es imposible generar palabras coherentes puesto que su cerebro está dividido entre a) Alarmar sobre el peligro del momento, b) determinar la intención y reacciones de su interlocutor y c) Desarrollar la mentira. Si a todo esto añadimos el hecho de que ya está nervioso y no puede pensar con claridad, es muy factible que termine metiendo la pata o simplemente confesándolo todo.
Este fenómeno de la frente perlada viene especialmente acompañado de los ojos fijos y la voz ahogada, ambas explicadas más adelante.
¿Cómo podemos asegurarnos de que funcione?
Debemos estar absolutamente seguros de que no hace el calor suficiente como para que la persona esté sudando. Una cuidadosa observación previa al “interrogatorio”, nos permitirá determinar si la piel de su sien está seca. Cuando la reacción al peligro lo invada, noten que la tez se volverá más clara (por compresión de los capilares) y… empezará a sudar.
Lección 4: Los ojos fijos
Entre las “cartillas” de lenguaje corporal que abundan en internet, un mito muy difundido es el siguiente:
“Los ojos de una persona que miente tratan de evadir constantemente a su interlocutor, ya sea por vergüenza o pesar.”
Nada más alejado de la verdad.
Mentir es como jugar al baloncesto. ¿Se imaginan que estén probando sus tiros, y que cada vez que lancen el balón, volteen hacia otro lado? Poco probable; siempre querrán ver si acertaron o no. Y exactamente eso es lo que hacemos; mantenemos nuestra mirada fija en la trayectoria del balón.
Cuando mentimos, lanzamos una “pelota” que esperamos nuestro interlocutor atrape. Esperamos que se convierta en un ´punto´. Esperamos que baje la guardia y nos crea. Hasta entonces, tratamos de escrutar cada centímetro de su rostro; el brillo de sus ojos, la tensión en su cara, el color de la piel, la respiración… buscamos de manera deseperadamente inconsciente una confirmación de que nuestra falsedad ha destruido por completo la duda de la otra persona. Hasta entonces, no dejaremos de mirar.
¿Es confiable esta lección?
Todo exceso es sospechoso. En algún momento nos habremos topado con alguien que sabíamos que mentía… y que se esforzaba ridículamente por no establecer contacto visual alguno. Quizás se quedaba viendo una grieta en el techo, o quizás una piedrita en el piso… pero nunca volteaba a vernos. Lo más probable es que no tuviese un argumento, sino que más bien se empeñara una y otra vez en negar su participación o conocimiento de la acusación. En este caso, la certeza de que está mintiendo es aún mayor.
En uno u otro caso, mantener la mirada fija o evadirla totalmente son signos claros de que la persona esconde algo.
Lección 5: Justificarse innecesariamente
Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las personas que están siendo interrogadas, bien sea en una comisaría o en un juicio, es el de ser fríamente concretos. “Sí” o “No” son las respuestas adecuadas; si hay que responder con una frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y responder exactamente lo que están preguntando. Si te preguntan “¿Dónde estuvo usted la noche del martes?“, nuestra respuesta debe ser de menos de cuatro palabras. “En la discoteca tal o cual“. Punto.
Criminólogos, abogados, psicólogos, psiquiatras y demás profesionales afines conocen perfectamente la razón de esta recomendación. Cuando nos sentimos culpables por una u otra razón, o cuando estamos nerviosos porque queremos demostrar nuestra inocencia o eficiencia, tendemos a… justificarnos innecesariamente.
¿Qué podemos definir como una justificación innecesaria? todo detalle que busca probar lo que estamos diciendo. Por ejemplo, un criminal que tenga una coartada para “el martes en la noche”, la espetará completa sin que se lo soliciten, con tal de que lo dejen en paz de una vez. Y aquí es cuando los especialistas nos damos cuenta si ha estado practicando la respuesta; una persona que realmente tiene que “recordar”, se toma su tiempo en estructurar los detalles. No tiene que practicar nada, puede responder calmadamente, pues está hablando con la verdad.
Entonces ¿Qué ganamos hablando más de la cuenta?. Absolutamente nada. De hecho perdemos mucho, pues damos detalles muchas veces innecesarios que ayudarán a un interrogador sagaz a contradecirnos eventualmente, incluso si estamos diciendo la verdad.
¿Cómo es posible? el nerviosismo es el culpable. Si la respuesta a la pregunta fuese “Estaba en la discoteca… con Juan y María“, y en realidad Juan sólo nos acompañó diez minutos y se fue, entonces quien nos interroga podría alegar que “A las 9:30 p.m. Juan se encontraba en casa de su mamá. ¿Cómo es posible que estuviese con usted en la discoteca?“. Ahí toca justificar aún más. Diríamos (aún más nerviosos) “Ah, es que él se marchó a las 9:10… no volví a saber de él”. Y por ahí nos vamos. ¿Se imaginan si a las 9:45 le enviamos un mensaje de texto a Juan y lo olvidamos? Todo se complica.
Y todo por culpa de… justificarnos innecesariamente.
Lección 6: Bajar la voz y tragar saliva
Ésta es la lección para detectar mentiras más fácil de implementar. Cuando una persona miente o está inventando algo, su tono y volumen de voz disminuyen dramáticamente, casi en un 50%. De hablar con una correcta modulación, pasa de repente a bajar la voz con discreción, y de nuevo a un tono de voz normal.
¡Inclusive, puede ocurrir varias veces a lo largo de frases concatenadas! Trata de identificar, a medida que tu interlocutor se expresa, las subidas y bajadas de tono; pon atención a qué detalles estaba explicando n el momento que disminuyó el volumen al hablar; Apunta maquiavélicamente tus próximas preguntas a estos detalles que tu “víctima” quiere pasar por debajo de la mesa.
En la misma medida que el tono de voz oscila con las mentiras, hay otro detalle vocal que no puede restársele protagonismo: tragar saliva. Éste es un proceso automático que hacemos todo el tiempo, pero si estamos nerviosos lo hacemos casi deliberadamente, y se nota. Los cómics han sido bastante explicativos al respecto, pues el gesto clásico del personaje aterrado que debe halarse el cuello de la camisa para poder tragar saliva con la parsimonia que lo caracteriza, está firmemente arraigado en nuestro léxico corporal.
Pero esta clave está más allá de una simple viñeta infantil. Es un hecho que las personas, cuando estamos nerviosas, necesitamos (conscientemente) tragar saliva. ¡Ojos pendientes de la garganta de tu interlocutor!
Es más fácil si el sujeto es hombre, pues la manzana de Adán es una especie de bandera gigante que nos permitirá presenciar este fenómeno a plenitud.
Lección 7: El alivio de la retirada
La última técnica que debemos aprender para detectar mentiras es, sin duda alguna, la más difícil de aplicar. Se basa en la siguiente premisa:
“Cuando una persona está siendo
interrogada de manera inquisitiva, se mantendrá a la defensiva y su
cuerpo estará tenso. En el momento que el interrogatorio termine, pueden
ocurrir una de dos cosas: O bien la persona ´contrataca´ diciendo lo
injusto que hemos sido en pensar que está mintiendo, o bien se queda
callad@ y su cuerpo se relaja por unas décimas de segundo.”
En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada instantáneamente cuando el “interrogatorio” termine.
En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada instantáneamente cuando el “interrogatorio” termine.
¿Por qué es tan difícil de poner en práctica?
Primero y principal, esta es la única técnica que implica al mentiroso en pleno conocimiento de que lo estamos interrogando. Este proceso, en sí mismo un arte delicado, debe ser lo suficientemente exasperante para él como para que exhiba al menos tres de las seis claves expuestas en los posts de esta serie. En ese momento sus hombros estarán tensos, pues el reptil ubicado en el sótano del cerebro triuno los precalienta por si la situación amerita resistir un soberano sartenazo.
Si el interrogatorio finaliza de manera súbita, debemos estar atentos a dos claves: a) la relajación de uno ó ambos hombros y b) La respiración, que siendo superficial hasta ese momento, se reanudará con un suspiro sordo.
¿Qué tan preciso es?
Imagínense que nos empiezan a acusar de algo que no es cierto. A pesar de lo que decimos en nuestra defensa, siguen sin creernos. ¡Nos indignaríamos! Y no sería una emoción que se disipe de buenas a primeras. Apenas termina el interrogatorio, empezaríamos a reclamar la injusta acusación.
Pero si somos culpables, la actitud es otra. Por medio segundo nos relajamos, aliviados que ya el ataque terminó; pero enseguida el hemisferio izquierdo del cerebro toma las riendas y dice “¡Epa! se supone que debemos demostrar indignación!”
¿Cómo ejecutarlo correctamente? Existe un rocedimiento sistemático para lograrlo; requiere de cierta práctica, pero es posible lograrlo:
1) Acorrale al (supuesto) mentiroso, lanzando pregunta tras inquisitiva pregunta, tratando de ir aumentando su estrés, pero sin que sobrerraccione. Vaya cocinándolo a fuego lento.
2) Verifique visualmente que, efectivamente, sus hombros se empiezan a subir y “juntarse” un poco. Este paso es muy importante.
3) Lance una última pregunta y espere la respuesta (cualquiera que sea), y por último…
4) ¡El punto decisivo!. Apenas el mentiroso termina su respuesta, nos quedamos de tres a cuatro segundos mirándolo fijamente a los ojos, como considerando que está diciendo en efecto la verdad; mientras, nuestras manos deben estar apuntaladas en la cintura, dando a entender que no vamos a dar un paso atrás. Al terminar los tres ó cuatro segundos de mirada fija… afloja los brazos, gira tu cuerpo 45°, llévate una palma a la frente y suspira profundamente, oscilando los ojos hacia abajo, pero sin perderlo de vista.
Este gesto compuesto le dará a tu interlocutor absoluta certeza de que el interrogatorio ha terminado. ¡Es el momento! ¿Empieza el contraataque inmediatamente, o hay una fracción de segundo de alivio?
Veamos algunos ejemplos:
1) Los mentirosos al responder a una pregunta hacen grandes pausas y dan respuestas cortas. Tardan más en responder que una persona nerviosa, pues necesitan más tiempo para inventar la mentira. En cambio, para una persona nerviosa, acordarse de la verdad le toma menos tiempo. No obstante, deberemos verificar nuestras sospechas al observar el movimiento de sus ojos:
a) La gente tiende a mirar hacia arriba y a la derecha para imaginar o crear una nueva respuesta, y abajo a la derecha para crear el sonido de un nuevo argumento.
b) La gente tiende a mirar hacia arriba a la izquierda para recordar información ocurrida en el pasado.
2) Un mentiroso ocupará más tiempo haciendo gestos con sus manos; puede rascarse el cuerpo o jugar con algún objeto, por ejemplo, una pluma. Cabe advertir que una persona que ha planeado sus respuestas tratará de controlar sus gestos.
3) Al mentir, el individuo apretará sus labios en señal de que su boca tiene información retenida. Si este gesto es repetitivo indica ansiedad. El gesto se vuelve más revelador si chupa sus labios y además traga saliva, ya que cuando alguien se pone nervioso la boca se reseca y se traga saliva en señal de encontrar las palabras correctas por decir.
4) En su intento por engañarnos, el individuo intentará no moverse demasiado. Señales reveladoras de su conducta falsa serán observarlo demasiado tieso o rígido y quieto.
5) El lenguaje corporal de las manos está íntimamente ligado al corazón. Las manos y los brazos, después de la cara, expresan mejor las emociones de corazón. Un mentiroso ocultará inconscientemente sus manos y las mantendrá quietas, guardándolas en los bolsillos del pantalón o las colocará detrás de su espalda.
6) Al igual que cerramos las cortinas de una ventana para que nadie vea el interior de un cuarto, de la misma manera una persona que miente cerrará todas sus ventanas que puedan revelar la información que no desea se descubra. Una señal de este comportamiento será cruzarse de brazos y/o de piernas.
7) Al mentir las personas se sienten incómodas, por lo que se comportarán menos amigables que de costumbre. Cabe señalar que será más fácil que un amigo o familiar nos mienta puesto que no se pondrá nervioso. Ya nos conoce y eso le da confianza.
8) Otra clave que puede reafirmar los puntos anteriores es que muestre una confianza excesiva, misma que podrá observarse en su tono de voz, volumen y comportamiento.
9) Otra prueba contundente para descubrir a cualquier mentiroso es observar si sus palabras son incongruentes con sus movimientos y gestos. Por ejemplo, si el sospechoso vuelve la cabeza hacia el interlocutor pero su cuerpo apunta hacia el lado contrario o a la salida.
10) Por último, debemos observar su manera de sonreír. La sonrisa es el gesto más común para encubrir una mentira. Una verdadera sonrisa transforma la expresión del rostro por completo.
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